La vuelta al cole, al instituto en realidad, es siempre un momento de crisis. La secundaria además complica las cosas porque el profesorado tiene una gran variabilidad. La adolescencia es en sí un momento de grandes cambios hormonales y físicos, emocionales y cognitivos. Es una etapa en la que nuestro pequeño empieza el camino hacia la edad adulta. No son ni adultos, ni niños, en un limbo extraño y espacio propio. Si a ese cóctel de hormonas y emociones, a ese no saber dónde está su lugar, le añadimos el autismo: las dificultades de comunicación, las alteraciones sensoriales, etc. el cóctel puede resultar explosivo.
Ya no hablo de las vicisitudes que vive mi hijo, porque forman parte de su intimidad. Pero como madre sí que necesito compartir sensaciones y emociones en ese difícil camino que es educar y criar a un hijo con autismo. Educar a un adolescente autista. Estas son mis preocupaciones y debates internos, que no tienen porqué ser los tuyos, ni tienen porqué representar el sentir de todas las madres. Las comparto por los mismos motivos que llevo escribiendo en este blog desde hace ya más de tres años: aprender y soltar mis emociones, reconciliarme conmigo misma.
La infancia fue muy dura. Aprender sobre autismo, empapelar la casa, buscar terapias, escuelas, extraescolares y el papeleo que siempre nos persigue. De pequeño, con tres, cuatro, seis, ocho…le proteges, adaptas todo con soportes visuales, luchas por una escuela inclusiva, todo. Pero llega la adolescencia y te das cuenta de que no puedes protegerle de la variabilidad de la vida, que no puedes prever todo. Sabes que sin tener autismo la adolescencia es un momento difícil, con inseguridades y miedos. Tu hijo lleva de serie esa dificultad para sobrellevar los cambios, para establecer relaciones sociales, en un momento en que las amistades son (me atrevería a decir) lo más importante. Solo puedo sentir impotencia.
Como madre de un adolescente con autismo, no critico su forma de ser. No me molestan sus estereotipias, sus rutinas y costumbres curiosas. Trato de tender puentes entre lo que él siente y vive y lo que vivimos y sentimos los demás. Me refiero a nuestro hogar, nuestra intimidad común.
No critico su forma de vestir. Le digo que a veces, en según qué contextos, socialmente no es adecuado vestir así. Él decide si le importa o no lo que piensen los demás en ese momento.
Tampoco critico su forma de comer, le digo que es importante cuidarse. También que comer muchas veces es una excusa para relacionarnos. Ya sé qué él muchas veces no necesita relacionarse. Siempre tratamos de buscar un equilibrio. Si tenemos un evento social, una reunión familiar o algo parecido en sábado, él sabe que el domingo nadie le va a molestar.
Nunca critico su forma de ser (o eso creo), le digo que es importante saber cuáles son nuestras debilidades y nuestras habilidades para potenciar unas y aceptar las otras.
Tiene su espacio propio y trato de respetarlo todo lo que la convivencia en el espacio del que disponemos nos permite. Respeto su necesidad de aislamiento, reconozco que no siempre. A veces pierdo la paciencia y me duele en el alma.
La comunicación es difícil. Es como tratar de tender puentes entre un arenal y un barrizal. Nos resbalamos continuamente.
Y en el camino, me asaltan las dudas y me persigue la culpa. Leo a adultos en el espectro explicar su experiencia, sus dificultades para que su forma específica de sentir sea respetada y apreciada, valorada. Mi hijo no me puede explicar con tanto detalle estas cosas y entonces me pregunto: ¿Estaré exigiendo más de lo que realmente puede alcanzar? ¿Estaré respetando realmente todo lo que pienso que respeto? ¿Seré invasiva sin ser consciente? Luego me viene a la mente esa frase que le digo a todas las madres en el grupo de apoyo: “tira la culpa a la basura y dale bien fuerte”.
Pero mi culpa es cabezota y vuelve a asomar la cabeza, me mira de reojo y espera a que me despiste para volver a martirizarme.
Y así estoy, hablando con madres de bebés pequeñitos, diciéndoles que tiren la culpa a la basura, mientras la mía aprovecha cualquier conversación con mi hijo para aparecer por detrás, y recordarme que la maternidad, igual que el autismo, son para toda la vida.
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