Las redes sociales etán llenas de tips y consejos promocionando la lactancia y se organizan charlas, talleres y actividades por todas partes. Existe mucha información hoy en dia, tal vez demasiada, y aunque la dificultad radica claramente en distinguir el grano de la paja, cada vez más podemos encontrar un grupo de lactancia cerca de nuestro domicilio, una asesora de lactancia, una comadrona con un grupo de postparto o aquella amiga que dio el pecho tanto tiempo y nos puede brindar apoyo.
Y por supuesto, las redes sociales son una fuente inagotable de acompañamiento, al menos virtual. Asi que no voy a hablar de beneficios o de ventajas de la lactancia, ni de perjuicios ni desventajas de la artificial, ni a dar consejos ni explicar como es un buen agarre ni nada parecido porque los podeis encontrar en las redes ahora mismo.
Voy a hablar de un aspecto de la lactancia materna de la que se suele hablar muy poco: la contención emocional, o la nutrición emocional que también le llaman. O tal vez se habla en general, sin poner ejemplos concretos, asi que aqui va mi experiencia personal, por si a alguien le puede servir de ayuda y como contribución a esta semana mundial de la lactancia materna.
Empiezo el relato:
Decidí dar el pecho a mis hijos porque era lo que quería y nada más. Nadie me obligó ni me convenció para que lo hiciera. Al contrario, a la primera de cambio ya me estaban dando biberones, a pesar de que mi deseo explícito era dar el pecho.
Tuve muchísimos problemas al principio: dolor, grietas, ingurgitaciones… hice lactancia mixta con mi primer hijo un tiempo hasta que resolvimos las dificultades. Con la segunda tuve dificultades, claro que si, pero ya no fueron dramáticas ni dolorosas. Ya era asesora de lactancia y llevaba tiempo llevando un grupo de apoyo, no hacia mucho pero lo suficiente para darme la confianza en mi misma necesaria y sacar adelante la lactancia.
Me encontré con personas que me animaban a dejar el pecho pero no les hice caso. Y menos mal que no les hice caso, porque la lactancia fue una liberación y porque fue una herramienta imprescindible para superar las rabietas incontrolables y aterradoras de un niño con autismo sin diagnosticar.
(Una aclaración: en un niño autista existen dos situaciones que se pueden dar. Una rabieta: como la que tienen todos los niños en una etapa muy determinada de su desarrollo. O una crisis sensorial: por sobreexposición a un estímulo sensorial que acaba desbordando el niño dadas sus dificultades para regularse.)
Un niño pequeño tiene pocas herramientas para sobrellevar una rabieta, pero un niño pequeño con autismo tiene grandes dificultades de comprensión del entorno y le faltan muchas herramientas o más bien diría que las que tiene de serie no son muy bien vistas socialmente.
Cuando el niño se convierte en adulto, puede seguir viviendo situaciones en las que se desborde sensorialmente. Pero de este aspecto no hablaré, dado que no lo conozco en primera persona.
Me tocará vivirlo, más bien como espectadora. Entiendo de todos modos, que evolucionan y se desarrollan y seguramente adquieren nuevas herramientas si es que han recibido un apoyo adecuado. Eso espero.
Mi hijo ha cambiado muchísimo. Las crisis sensoriales han disminuido y cuando suceden debo decir claramente que se veían venir pero por cansancio nuestro, prisas y acumulación de cosas no hemos sido capaces de dejarle espacio para calmarse antes de estallar.
A los 18 meses empezaron los signos más visibles y descarados del autismo. Antes de los 18 meses ya era un bebé muy nervioso, altamente demandante e incontrolable, dormía poco y lloraba mucho, mucho, mucho.
Dejó de comer, empezó a seleccionarlo todo, tenia obsesiones y manías muy marcadas y su lenguaje no evolucionaba. No respondía a su nombre, se quedaba embobado con las cosas, apilando torres y tirándolas, o haciendo filas, el juego simbólico no arrancaba, me echaba de la habitación, me apartaba, estaba ahí, jugando con sus cosas, como en una burbuja.
No sabia jugar con sus iguales, en un momento en que los demás niños empiezan a interactuar y a relacionarse, él no sabía como hacerlo, era un matón, tal cual os lo digo, para jugar solo sabia pegar.
Las rabietas empezaron y las crisis sensoriales también. No se le podía tocar el pelo ni bañarlo. No soportaba el ruido de la maquinilla de afeitar de su padre, ni el ruido del secador, lloraba y pataleaba.
Pensábamos que era normal y que se le pasaría, pero no se le pasaba. No avanzaba y en fin, las respuestas a nuestro alrededor ya las he explicado: no le pones limites y deja de darle la teta que comerá.
¿Qué pasaba? Pues que yo sabía perfectamente que la teta no era la culpable de esos comportamientos extraños.
Falta de apoyo total y absoluta. Mi marido siempre le decía a todo el mundo que si el niño se dormía colgando de los pies boca abajo como un vampiro y todos descansábamos, que el niño dormiría colgado boca abajo como un vampiro y punto.
Es muy fácil decir: sácale la teta, dile que no haga esto o aquello o que se esté quieto cuando no eres tú el que tiene que estar con un bebé que sufre y llora y no se comunica contigo, es muy fácil decirlo cuando no ofreces alternativas a unos padres desbordados.
La lactancia materna, el porteo y el colecho fueron una LIBERACIÓN. Y lo pongo así, en mayúscula, porque no sé como habría acabado mi salud mental sino hubiera sido por esas tres herramientas. Eran mis herramientas y me funcionaban.
Los profesionales de la salud parece ser que no están acostumbrados a ver unos padres responsivos a través de estas herramientas. Los progenitores pueden ser responsivos con una cuna, un biberón y un carrito, pero nosotros lo eramos en una forma que no entraba en sus esquemas. Así que, en una, para mi, clara irresponsabilidad, achacaban a nuestra forma de criar nuestras dificultades con el niño.
De los 18 meses a los tres años que empezó el colegio, la tortura a la que nos veíamos sometidos iba en aumento. Las exigencias sociales eran cada vez mayores y su ansiedad ante la falta de apoyo del entorno crecía exponencialmente.
EL COLECHO:
El sueño es aterrador, lo sigue siendo y tiene 10 años. El colecho ha sido una herramienta imprescindible para el descanso de todos. Ya no duerme con nosotros, tiene autismo y le cuesta coger el sueño, hemos ido cambiando las estrategias y avanzamos. ¡Y más que avanzaremos! Aquí publiqué nuestras herramientas para el sueño. Pensar que si duermes con tu hijo los primeros años de vida, nunca va a querer irse de tu cama, no tiene ningún sentido porque todos evolucionan y se desarrollan. Cada uno a su manera. El problema es nuestra sociedad que no respeta los ritmos de crecimiento y desarrollo y la falta de conocimientos sobre el colecho seguro por parte de muchos profesionales de la salud y de la población en general. Y el problema también es la falta de apoyo y acompañamiento a las familias que se ven solas en la dura tarea de criar. Para criar a un niño se necesita a toda la tribu, ya no tenemos tribu y buscamos el apoyo como podemos.
Si no quieres colechar, que sea porque tú no quieres, no porque te mientan y te inculquen miedos y prejuicios.
EL PORTEO:
Un niño con autismo, sin diagnosticar, escapista, incapaz de percibir el peligro, incapaz de prestar atención al entorno que le rodea, saturado de estímulos, incapaz de comunicarse contigo, con un perfil sensorial mixto en el que a menudo necesita presión corporal para sentirse bien: donde mejor está, es en un portabebé con su madre o con su padre bien apretadito y contenido.
Las manos libres siempre y sin cargar potitos, agua ni polvos, salia a la calle con un pañal de recambio, toallitas y poca cosa más. Para mí, eso era libertad.
Tampoco lo llevamos en brazos ya, ni lo porteamos. Llegó un momento en que evolucionó, se desarrolló y pasamos al carrito. Atado, seguro: para evitar caídas y llegar a los sitios a tiempo. Como lo llevara suelto a la que le daba por ahi, se levantaba, me tumbaba el carrito y ¡ala! ¡A darle vueltas a las ruedas!
Lo llevé en fular, me criticaron porque no iba a querer nunca bajarse de mis brazos, lo llevé en carrito y me seguían criticando porque ya era mayor para estar en el carrito sentado. ¡Mira que es pesada la gente! Porque es que toooodo el mundo opina, hasta gente que ni conoces por la calle te tiene que soltar alguna. En fin, lo dicho, todos evolucionan, a ritmos y maneras diferentes, pero evolucionan. Así que ya no va en carrito, pero tenemos que vigilar que no se despiste porque entra en su círculo de aburrimiento que digo yo, empieza a dar vueltas, se abstrae de lo que le rodea y no sabe ni donde está. Esto tendremos que ver como lo trabajamos con él porque si quiere ir solo por la calle, tendrá que encontrar la manera de controlarlo y vigilar lo que tiene alrededor. Si no lo consigue, pues ya veremos que hacemos. Suerte que hoy en día con los móviles…
Lo dicho, si coges a tu hijo en brazos no lo malacostumbras ni tonterias de esas y si porteas a tu hijo con seguridad, tampoco le vas a causar un trauma tal a tu hijo que no quiera caminar.
Si no quieres portear, que sea porque tú no quieres, no porque te mientan y te inculquen miedos y prejuicios.
LA LACTANCIA MATERNA, EL AUTISMO Y LAS RABIETAS.
Si el colecho fue una liberación que nos permitió descansar y el porteo fue una liberación por poder llevar controlado y feliz a nuestro hijo, la lactancia fue un pilar total y absoluto sin el que probablemente hubiéramos acabado al borde del abismo en poco tiempo.
Mi hijo mamaba mucho, mucho, muchas veces. La crisis de los dos años que todos pasan fue terrible, lo es para todos, mamas y bebes, muy difícil, demandante. Es una etapa en la que maman como si tuvieran dos días de vida, en lugar de dos años. La crisis de los dos años se alargó demasiado, síntoma inequívoco de que algo en su desarrollo no iba bien.
Cuando se desbordaba, teta. Cuando explotaba, teta. Cuando lloraba, teta. Y así íbamos pasando. Cumplió los tres años mientras yo estaba embarazada de mi segunda hija, seguía mamando igual. Nació mi hija y seguía mamando igual. Así que después de vivir un episodio de agitación en el amamantamiento al poco de nacer ni hija, decidí destetar. Lo hice mal, no os voy a decir otra cosa, pero es que no podía hacerlo bien de ninguna de las maneras. Sin saber que tenia autismo, sin saber que su mente funcionaba de forma diferente, sin saber que necesitaba anticipación, soportes visuales y acompañamiento para la gestión de las emociones, el destete fue de todo menos respetuoso. Entre que acabó p3 y empezó p4 le quité la teta. Tenia a mi hija pequeña lactando así que yo no sufrí ni por falta de succión ni sufrí cambios hormonales por dejar de lactar. Y él se quedó sin su herramienta más valiosa, su teta.
Sus rabietas al curso siguiente se multiplicaron en frecuencia y en intensidad. Las exigencias sociales, la falta de apoyo del entorno y la ausencia de lenguaje estructurado eran una maldita bomba de relojería que cada vez permitía menos tiempo entre explosión y explosión.
En p3 las rabietas las achacábamos a un cambio de domicilio e incluso al nacimiento de su hermana. Pero al llegar a p4 era evidente que no podía ser eso. Mordía, pataleaba, gritaba, pegaba y ya no podíamos más.
La ultima vez que fue al colegio fue en la fiesta de carnaval. Lo obligué por enésima y última vez a ir a ese colegio. Me pasaron fotos por wapp algunas mamas del cole que pudieron ir a verlos, yo no pude porque estaba trabajando. Lo vi por la tarde.
Triste, resignado y sin entender nada de lo que pasaba a su alrededor. Con aquellos ojos desesperados, atenazados por el miedo y la soledad. Hablamos mi marido y yo. Y se quedó en casa. Volvió a tomar teta. Se reenganchó después de unos meses de dejarlo.
En esa época, entre p4 y p5, empezamos la búsqueda activa de ayuda, fuera del pediatra y de la escuela. Hasta ese momento habíamos ido dando tumbos, sabiendo que algo no encajaba pero sin encontrar respuesta: a lo de «no le pones límites» y «deja la teta y comerá», podéis añadir el «ya hablará» y el «todos los niños lo hacen».
El colegio nos cerró las puertas. Buscamos otro. Buscamos ayuda psicológica privada, que no vio el autismo y en tres visitas se acabó, y pública, que no tuvo otra ocurrencia que decirme que la lactancia le generaba dependencia y otra vez con la misma chorrada de que no hablaba porque le hablábamos en inglés. Recuerdo decirle: mi marido habla inglés como si fuera catalán y castellano y yo lo entiendo y lo hablo. No sé ni como acabó la conversación, es muy posible que después de la perla de la lactancia materna yo sacase la artillería pesada y le soltara alguna fresca.
Aquel psicólogo no supo ver a una madre que estaba sufriendo mucho y que necesitaba más que nada en el mundo escucha activa sin juicios de valor. Nunca llegó a ver a mi hijo, ¿para qué lo iba a llevar?, estaba claro que no nos iban a ayudar. Sólo con decirme que la lactancia materna causaba dependencia supe que no tenia ni idea de lactancia materna y mucho menos de acompañamiento emocional.
Si no quieres dar teta, que sea porque tú no quieres, no porque te mientan y te inculquen miedos y prejuicios.
La lactancia materna me ayudó a superar los años peores. Los de los mordiscos, las patadas, las huidas, los golpes, los gritos. Me recuerdo a mi misma enmedio de sus explosiones obligándole a tomar teta para que se calmara. Cruel y real, le obligaba, lo cogía, lo apretaba contra mí, lo calmaba, empezaba a succionar y se relajaba. No tenía otra herramienta, nadie me había hablado ni de pictos ni de soportes visuales ni de funciones ejecutivas ni teoría de la mente ni calendarios ni nada de nada. Totalmente primario.
Ahora lo puedo contar sin miedo a que me suelten idioteces del tipo «es que no va a madurar nunca», porque lo ha hecho. Y si me las sueltan, no me discuto. ¡Bye, bye! ¡Las redes son muy grandes! ¡Y mis oídos se vuelven sordos!
Cosas del tipo «no habla porque le estáis volviendo loco», estaban totalmente carentes de sentido, porque habla y si no lo hace bien del todo, no es por lo que hayamos hecho o dejado de hacer, es porque tiene autismo y un TEL.
Y lo que es peor, tal vez, si lo hubieran detectado antes, tal vez con la atención temprana que mi hijo nunca recibió, tal vez ahora hablaría mejor de lo que lo hace.
La lactancia materna fue contención, calma y refugio.
Al empezar p5 en un colegio nuevo, ir a logopedia y empezar a tener algo de lenguaje, él solo dejó la teta. Ya no la necesitaba. Había crecido y adquirido nuevas herramientas. Tenia cinco años y medio cuando la dejó. Habrá quién piense que es mucho, pero yo pienso que no fue ni mucho ni poco, fue el tiempo exacto que necesitó para sentirse mejor y madurar, para no necesitar esa contención emocional primaria que es la lactancia materna. Un par de años más tarde, la sombra de la ansiedad nos cubrió de nuevo. La diferencia es que entonces pudo expresar con palabras como se sentía: «I hate my life! I want to die! y un par de meses más tarde, las actuales terapeutas de #PequeñoThor nos daban el diagnóstico.
Tengan autismo o no, los niños necesitan herramientas para aprender a contener sus emociones, para conocerlas y aceptaras e integrarlas.
La lactancia materna es una herramienta para la contención emocional y la gestión de las rabietas. Y si no quieres seguir ofreciendo lactancia materna, encontrarás otras herramientas para que las gestione. Si no le das lactancia materna, estoy segura de que habrás utilizado otras herramientas.
Haz lo que necesites, lo que te diga tu corazón, pero no te creas a los que te dicen que la lactancia materna causa dependencia, esta idea es una idea recurrente que todavía pesa en muchas mentes anticuadas. No tiene ninguna base científica, si te interesa el tema puedes buscar a John Bolwby y sus teorías sobre el apego y el vínculo.
La etapa de la lactancia (artificial o materna) es una etapa clave en el desarrollo, no en vano la atención temprana se da desde los 0 a los seis años.
Es imprescindible que las familias reciban información veraz y que no se las juzgue por su forma de criar.
Acompañamiento emocional y escucha activa, tribu y apoyo.
Aquí acaba mi relato sobre lactancia, autismo y rabietas.
Un abrazo a todas las familias luchadoras que siguen este blog y feliz lactancia.
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