Este podría ser perfectamente un post sobre gestión emocional o de los conflictos, o de como superar el impacto de un hecho trascendental en tu vida. Sobre como gestionar las rabietas propias de forma respetuosa.
O podría ser un post sobre la maternidad y la crianza y las sobreexigencias que nuestra cultura nos impone de forma sutil en todos y cada uno de nuestros actos.
O sobre conciliación, ese eufemismo que utilizamos para hacernos creer que tenemos derecho a tener vida propia.
Muy duro. Todo. El autismo. La maternidad. Las emociones y los conflictos. La falsa conciliación.
Este post, es un poco todo lo que acabo de enumerar y además es un post sobre las rabietas o las explosiones de furia de una persona superada por todo.
Si, lo confieso, tengo rabietas. Las mías no son como las de una niña de dos años, que se acaba de dar cuenta de que no va al parque, y se tira por el suelo a hacer la croqueta. Las mías son más cortas, más intensas, más crudas: las de una adulta sobrepasada por todo, sus circunstancias, la soledad, el esfuerzo titánico que supone el cuidado de los hijos, intentando por el camino ser persona y aspirar a tener proyectos propios.
El puerperio
Las madres, cuando tenemos a nuestro bebé recién nacido en brazos, ni nos imaginamos lo que va a pasar. Nadie te lo explica y aunque te lo expliquen, no sirve de nada, porque lo tienes que vivir en tu piel. Ayuda que te avisen de que nada va a ser como esperabas, que la imagen de la maternidad idílica que te venden en los telediarios es muy rara de ver, pero lo tienes que vivir y empaparte de ese puerperio que es tuyo y único.
Contener emocionalmente y satisfacer las necesidades más básicas de un ser vivo que depende de ti para sobrevivir, es de las situaciones más desestabilizadoras emocionalmente que haya podido vivir. Por duradera, por intensa y por exigente. Cuidar un bebé, alimentarlo física y emocionalmente.
La demanda constante y el llanto inconsolable nos desbordan, no sabemos que hacer, queremos que pare y aunque nos dicen que solo con estar ahí, ya estamos ayudando, aceptar escuchar el llanto de tu hijo sin más es de lo más difícil que haya podido vivir en mi maternidad, por intenso y potente.
La crianza
Y crecen, y empiezan a caminar, pero te siguen necesitando, claro. Cuando tu hijo con autismo llega a la edad crítica, ésa que va des de los 18 meses a los 3 años aproximadamente, los terribles 2 que dicen, como no sabes que tiene autismo piensas que las rabietas desaparecerán. Pero no lo hacen e incluso son descomunales. No lo sabes, pero algunas de ellas son crisis sensoriales.
Va creciendo y se supone que la cosa se mitiga y que cuando adquiere el lenguaje las rabietas empiezan a disminuir. Pero eso no sucede, porque resulta que tu hijo no adquiere un lenguaje más o menos en condiciones hasta los cinco o seis años.
Y curiosamente, la gente no ve normal que un niño ya grandecito tenga una pataleta en medio de un supermercado o en un parque. Pero pasan de largo si ven que determinados adultos se hablan entre ellos a gritos e incluso se insultan.
Porque los niños son una diana muy fácil. Y sus padres.
Las rabietas, la desregulación emocional, los impulsos desmesurados, son muy propios del autismo. Por la ansiedad que supone no saber preveer los cambios, no entender lo que te están diciendo, querer participar en una actividad y no saber cómo, las dificultades sensoriales, etc. Me pongo en la piel de mi hijo y me doy cuenta de lo mucho que ha tenido que sufrir.
Pero no es exclusivo del autismo. Todos, del primero al último, vivimos pequeñas rabietas que no son más que momentos en los que nos vemos superados por las circunstancias. Nos enfadamos o estamos cansados y explotamos.
Diagnóstico y reajuste familiar
Durante los primeros años posteriores al diagnóstico tardío de nuestro hijo, porque con ocho años, en mi opinión, es muy tarde, vivimos una etapa de ajuste. (Sé que hay casos mucho peores que el nuestro, autismos que no se detectan hasta que no llegan a la adolescencia o la edad adulta, terrible).
Durante ese periodo de ajuste en el que todos nos recolocábamos en nuestro esquema familiar y empezábamos a entender como era nuestro hijo, entramos sin querer en una dinámica que toleraba ciertos comportamientos porque, como el tete tiene autismo…
Fue un error, claro. En otros posts he hablado de las consecuencias que tuvo para nuestra hija esa época de ajuste. Con todo, era un error que teníamos que cometer, para aprender, porque, igual que pasa con el puerperio, lo tienes que vivir. Con apoyos y ayudas, eso siempre. En el puerperio buscas una tribu, un grupo de apoyo a la lactancia, y con el autismo, tuvimos a las terapeutas privadas que nos apoyaron en todo momento.
Explicando las diferencias, dando nombre a las emociones
Y con esta idea, la de normalizar el autismo y la diferencia, se me ocurrió como explicar a mis hijos lo que sucede en casa cuando alguno de nosotros explota. Porque, si bien es cierto que I. puede llegar a tener reacciones más rápidas y explotar más a menudo, no es verdad que sólo le pase a él porque él tiene autismo. Mamá también tiene rabietas, papá también se enfada y explota a veces y L. también.
El autismo me ha obligado a agudizar el ingenio, a adaptarme, a ser flexible y a inventar figuras nuevas con las que explicar conceptos complicados a mis hijos.
Los vasos de la ansiedad
Cogí, un día justo después de una crisis de las grandes de I., cuando ya estábamos todos calmados, tres vasos de la cocina. Los puse en la encimera y los llené con agua a diferentes niveles.
Cada uno de ellos nos representaba a uno de nosotros. La M es de mamá y los otros dos son mis hijos, L. sin autismo y I. con autismo. Por nuestras circunstancias en un día corriente, partimos de tres niveles diferentes. Mamá es adulta y se levanta más o menos tranquila. L. es pequeña y tiene ese nivel de dinamismo que tienen todos los niños que parece que no pueden dejar el culo quieto en ningún sitio. Y I. es un niño y además tiene TEA, con lo que su nivel de ansiedad es más elevado de base. Con todo, esto es variable, habrá días que mamá se levante con el vaso casi lleno si sabe y prevé que toca un día complicado.
Y fui llenando por igual los tres vasos. El de I. llegó antes a desbordarse, lo vaciamos un poco, pero yo seguí llenando los tres vasos, porque, como les dije a mis hijos, todos tenemos un límite y dependerá del momento, nuestro vaso estará más lleno o menos, se desbordará más o menos veces a lo largo del día. Todos nos podemos desbordar.
Luego está el cómo los vaciamos, los vasos, nuestro nivel de ansiedad.
Si solo sabemos vaciarlos cuando nos desbordamos o si sabemos hacer cosas que nos ayuden a vaciar: como por ejemplo, técnicas de mindfullness, darnos un baño relajante o apartarnos de lo que nos molesta. Ésta es la parte más difícil, el cómo vaciamos nuestro vaso de la ansiedad.
Las emociones nos desbordan
Nuestros hijos son pequeños, y tienen autismo o mil cosas que nos podamos imaginar. Porque la vida es así de diversa, que nos pensamos que lo normal es que no te pase nada y es todo lo contrario. El que no tiene autismo, tiene una enfermedad minoritaria, o tiene dislexia, o tiene altas capacidades, o diabetes, o una enfermedad del corazón o problemas económicos, o le faltan sus familiares cercanos, o ha sufrido abusos y podría seguir…
Nos pasamos el día acompañando a nuestros hijos en sus dificultades y les ayudamos a vaciar su vaso de la ansiedad. El nuestro: se va llenando, se va llenando, porque la realidad es que vaciamos sus vasos en el nuestro, y no hay tregua…tenemos rabietas y explotamos y pedimos perdón a nuestros hijos por perder los nervios.
Nosotras contenemos emocionalmente a nuestros hijos.
Y así nos vemos, las madres, trabajando en casa, o fuera de casa y en casa.
Si trabajas, ración doble.
Si no trabajas, soledad y allá te las compongas. Sin más manos que las tuyas.
Cada vez más madres abandonan el mercado laboral para dedicarse a tareas de cuidado.
¿Quien contiene a la madre que contiene? ¿Quién nos da apoyo? ¿Alquien nos escucha sin juzgar? ¿Quién nos cuida, si somos nosotras las que cuidamos?
¡Si estamos solas!
Y además somos fácilmente criticables, todo el mundo opina sobre nuestro trabajo. Yo no le voy diciendo a mi marido si ha hecho un informe del derecho o del revés. Pero soy juzgada en mis actos como madre a cada paso que doy. Sobretodo si son bebés, son la diana mas fácil. ¿Quienes vamos al pediatra? ¿Quienes vamos a las reuniones de la escuela? ¿A las visitas con especialistas? ¿Las terapias? ¿Las extraescolares?
Mamá también tiene rabietas
Las vacaciones, los cambios de rutina, el cambio de colegio, la fiebre, la fiesta mayor, todo influye. Es muy agotador estar anticipando y explicando todo lo que vamos a hacer. En vacaciones, en los que cada día es diferente, es peor. Hay días que llega la tarde y ya no tengo ganas de hablar.
En verano, en vacaciones hay más contención emocional. Mucha más, pero a mi nadie me contiene, por lo menos la mayor parte de las horas del día, hay días en los que sí, que encuentro un momento para relajarme y vaciar mi vaso de ansiedad, pero los días que no puedo, estallo en una rabieta, normalmente en la noche, cuando el cansancio me puede.
Y me toca pedir perdón e intentar reparar el daño. Les pregunto que puedo hacer para ayudarles. Y son ellos los que me abrazan a mi y me consuelan. Mis hijos.
Quizá por todo esto que vivo en mi piel, disfruto acompañando a mamás con bebés pequeños, mamás que sufren, que dudan, que están aprendiendo, porque yo ya he vivido esa etapa y, a pesar de que pueda parecer que me queda lejos, la lactancia es solo el inicio de un largo camino, que no se acaba nunca, y en realidad, el acompañamiento es mutuo, la tribu la necesitamos siempre.
La maternidad es de dominio público
Por desgracia, somos solo nosotras. Somos las madres, la cara visible. La cara criticable. La maternidad es de dominio público, cuando debería ser de interés público. Desprotegidas, sin permiso para maternar, sin que se tengan en cuenta nuestras necesidades.
Es injusto y nada equitativo.
No se trata de que los padres no quieran participar, porque algunos quieren, pero no pueden. Se habla mucho de los permisos por maternidad y paternidad compartidos. Ahora se han conseguido igualar los permisos, a todas luces de forma insuficiente, en mi humilde opinión no soluciona nada, es un parche. Los padres siguen sin poder participar de la vida de sus hijos y nosotras seguimos estando solas porque estamos todos metidos en la misma rueda y si consigues salir eres toda una rareza.
Madre y padres no somos iguales y tenemos necesidades diferentes. Y a todo esto tampoco se tienen en cuenta las necesidades reales de la infancia. Como tampoco la realidad de las familias que vivimos en la diversidad funcional. Nuestra crianza se prolonga más allá de la adolescencia, llegan los 18 años y siguen siendo dependientes.
Así que, mientras tenga que reinventarme todos los dias para sentir que mi vida tiene un propósito más allá de mi maternidad, mientras siga teniendo que vivir cada semana como una carrera contrarreloj, seguiré teniendo rabietas. Perdiendo los nervios y escribiendo, escupiendo en cada palabra toda mi ansiedad.
Deja una respuesta