No sabes qué pasa, solo sientes que hay algo que no suena bien. Algo desentona, molesta y genera inquietud.
Tu bebé, ese ser precioso y perfecto, el más bonito de todos y al que quieres con locura está creciendo de forma diferente a los demás.
En realidad a ti te da igual, porque tú no aprecias la diferencia. Le amas tal cual es, respetas sus necesidades aunque sean tal vez algo distintas de las de los demás.
Pero los mensajes que recibes son devastadores.
El «No hace…»
«No juega con los demás»
«No participa en las actividades»
No hace esto y no hace lo otro.
Y encima como le das teta lo estas haciendo dependiente.
Encima como le das teta estas interfierendo en la terapia.
O sin teta, que ya sabéis que el carnet de la culpa te lo dan el día que te quedas embarazada.
A todas y a todos, pero en especial a las madres, nos hacen sentirnos culpables y nos sentimos culpables.
Empiezas a pensar en aquello que te pasó estando embarazada.
En los medicamentos que te tomaste.
Incluso empiezas a dudar de la lactancia materna.
O de ese biberón que le das por la noche para poder descansar.
El «Y si…»
Dudas y llega el «y si».
¿Y si hubiera ido a..?
¿Y si no hubiera hecho…?
Te planteas tener un segundo, o ya lo tienes, o está en camino.
Y ahi lo tienes y lo observas con miedo y vives el embarazo con preocupación por el «¿y si?»
Siguen las dudas y la culpabilidad detrás nuestro gritándonos con un dedo acusador.
Y es completamente distinto. Porque es otra persona. Y crece y ves que lo que te funciona para uno, no te funciona para el otro.
Te has pasado mucho tiempo pensando en que todos los niños son iguales y los tuyos no lo son.
Ningun niño es igual que otro. Pero en la crianza típica y atípica todo es más evidente.
Porque uno de tus hijos transita por un camino paralelo, el de la discriminación. Porque tiene una discapacidad.
Y lo señalan, y lo miran, porque su comportamiento se sale de la «NORMA».
La culpa te acusa
La culpa te sigue gritando y te dice: «estás haciendo cosas diferentes con tus hijos, estás causando que tengan celos el uno del otro.»
Y te grita y te acusa.
Coge a ese dedo acusador y a esa culpabilidad que te habla a voz en grito y tírala a la basura.
Aprieta bien fuerte la tapa.
No dejes que salga.
Porque llegará ese segundo o tercer hijo y te darás cuenta de que todo lo que te sirve para uno, no sirve para el otro.
Tendrás que explicar la diferencia, incluirla en tu vida y ponerla en el lugar que le corresponde en tu casa.
Valorarla como una característica esencial de tu vida. Como el que vive en el campo y disfruta de la tranquilidad y aire limpio. O el que vive en una gran ciudad y valora y aprecia el bullicio y la actividad frenética de sus vecinos.
Pon la diferencia en el centro de tu crianza.
En un pedestal bien bonito en el mueble del comedor.
La crianza típica y atípica.
La vuestra.
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