Mi mente evoca estos días recuerdos del pasado, del momento en que nuestro profesor de derecho constitucional explicaba los estados de alarma, excepción y sitio.
Declaración de estado de alarma, toque de queda, confinamiento, confinamiento perimetral, son palabras que suenan a pasado lejano.
Recuerdo estar en aquellas aulas con aquellas filas de pupitres incómodas, con aquel calor que hacía cuando llegaba el verano que nos obligaba a abrir las ventanas.
Y allí sentada, junto a mis compañeros veinteañeros, pensaba que aquello nunca en la vida lo viviría en primera persona. Como podía ser que, en un estado como el nuestro, con todas esas garantías que me habían dicho que existían para proteger los derechos fundamentales, como podía ser que, en mi mundo más cercano, algún día algún gobierno tuviera la ocurrencia de declarar un estado de alarma.
Como podía ser… eso de estado de alarma, sitio o excepción sólo podía pasar en aquellos países lejanos donde reinaba el caos y la barbarie. Yo, ignorante, vivía en una situación de privilegio de la que no era consciente.
Mi juventud, mi inexperiencia, mi ilusión, mis ideales absurdos aprendidos de memoria sin espíritu crítico, en esa sabiduría juvenil que lo sabe todo y no sabe nada, me impedía ver con claridad la realidad más abrumadora: la falsa seguridad que creemos tener los que vivimos en el mal llamado primer mundo.
Las palabras
En mis recuerdos del pasado, Estado de alarma, sitio o excepción eran palabras vacías en realidad, sin contenido, meras definiciones sin un referente claro y palpable. Una lista de conceptos que memorizar para un examen.
Y ahora, pues unos 20 años después, todas esas palabras adquieren un contexto, un referente y se vuelven visibles y corpóreas como un muro de cemento.
Otras palabras, en cambio, que ya formaban parte de mi vocabulario habitual, han visto triplicada su presencia en mi vida.
Rueda de prensa, cuarentena, contagio, índice de paro, índice de fallecimientos, nivel de ocupación hospitalaria, falta de recursos, exclusión social.
Las estadísticas
Las cifras dan miedo. Estadísticas despersonalizadas, carentes de cara y ojos, entorno y familia.
Carentes, aparentemente, de nombre y apellidos.
- Pero los Ertes son familias con una reducción de ingresos insostenible.
- Las muertes son duelos sin acompañamiento.
- La reducción ratios sin aumento de profesores son niños sin atender.
- El colapso de la administración que paga tarde y mal son familias pasando hambre.
- Y muchas más situaciones importantes y alarmantes que no caben en este post.
La globalización de la precariedad
En mi juventud veinteañera, con ingresos, un techo, familia y recursos, los derechos se daban por sentado.
Aquellos que vivían al margen de la sociedad eran seres de otra dimensión. Personas, sí, pero sin nombre y apellidos, los sintecho, las familias fuera de eso que ahora me resisto a llamar normalidad.
Lo que yo no sabía, en aquellos veintitantos, es que los derechos no son nada si no se pueden disfrutar.
Con la globalización y la tecnología, de repente, podías coger un avión un día, plantarte en medio de Europa y volver al día siguiente. Comprar un vestido a ocho mil quilómetros de distancia. Renovar la ropa cada temporada a un euro la prenda en un centro comercial. Cambiar los muebles cada año. Y así, con todo.
Por el camino, entrábamos en un círculo vicioso que nos lanzaba a la precariedad más absoluta. La deslocalización, la gentrificación, los fondos buitre, los desahucios, los recortes en sanidad, educación y servicios sociales, las familias endeudadas…
Una forma de vida que ha llevado hasta el extremo la explotación de la naturaleza y los medios de producción, pasando por encima de los derechos de las personas y llevándose por delante a todo aquel que no pudiera subirse al carro. Y de paso al medio ambiente.
La respuesta del medio ambiente
El sistema, tal y como está montado, ha colapsado y nos ha devuelto a la casilla de salida. Confinados en nuestro barrio y sin grandes desplazamientos. Anhelando pisar verde, encerrados en nuestras ciudades de cemento, hacinados en pisos con diez plantas y cinco vecinos por planta.
Se acabó. Se acabaron las aglomeraciones, los movimientos masivos de personas en avión, las operaciones salida y las escapadas a la nieve.
La tecnología es maravillosa. Nos ha liberado de trabajos desagradables, ha conseguido que seamos capaces de romper las barreras de las distancias, incluso del tiempo y del espacio. Hemos mejorado de forma sustancial nuestra calidad de vida, así como nuestra esperanza de vida.
Pero el medio ambiente nos está devolviendo lo que le damos: sobreexplotación, extinción de especies, contaminación, …
Un virus microscópico nos ha puesto contra las cuerdas y está atacando el centro de nuestra forma de vida. Nos está recordando que vivir y crecer de forma sostenible es una prioridad.
Somos parásitos que estamos a punto de ahogar a su huésped.
¿Seremos capaces de entenderlo?
Referencias
Rodríguez Pecino, Begoña. (12-05-2020) COVID-19 y cambio climático: cinco lecciones que nos deja la pandemia. Ayuda en acción. https://ayudaenaccion.org/ong/blog/sostenibilidad/covid-19-cambio-climatico/
Bécares, Guadalupe. (25-03-2020) La lucha contra el coronavirus es también climática. Ethic. https://ethic.es/2020/03/cambio-climatico-y-coronavirus-futuro-lucha-climatica/
S.a. (21-05-2020) Coronavirus y Cambio Climático, ¿qué tienen en común? [Episodio de podcast] En Voces del cambio. Revista técnica del Medio Ambiente.
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