Ir al parque de noche puede ser impensable cuando tus peques son muy bebés. Pero con ocho y once años es muy buena idea. No hay apenas niños, silencio, luz tenue, tranquilidad.
Esta tarde arrastraba un dolor de cabeza terrible. El estrés, el no llegar y el tener mil frentes abiertos me pasa factura.
Todo se junta. Empezamos a visitar institutos y admito que siento auténtico pánico. Me da miedo volver a pasar por situaciones tan graves como las que me hicieron coger una excedencia en el trabajo. Las crisis hace cosa de un par de años que desaparecieron. Las graves. Las duras. Las que me dan miedo.
#PequeñoThor está maravillosamente bien. El curso que viene se nos viene encima un cambio muy grande y ya sabemos de buena tinta lo que eso puede comportar en su bienestar. Tengo que admitirlo, mi mente vuelve una y otra vez a ciertos recuerdos que preferiría olvidar.
Así que esta tarde, hacia las seis, hemos salido los patinetes, mis hijos, mi dolor de cabeza y yo misma a la calle.
Hemos dado un largo paseo y acabado en un parque lleno de verde que tenemos cerca de casa.
Ver a mis hijos dar unas cuantas carreras con los patinetes, oler a hierba fresca y pisar tierra son mejor que cualquier analgésico.
Hemos estado observando los murciélagos que bajaban al lago artificial a beber agua. Y mi dolor de cabeza se ha quedado ahí, sentado en un banco observando los murciélagos; mientras los patinetes, mis hijos y yo volvíamos a casa.
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