Soy adicta por necesidad al café y al ibuprofeno. Lo sé, hay cosas peores, pero también sé que no es lo más recomendable del mundo.
No todos los días tomo ibuprofeno, pero si muchos porque el dolor de cabeza es insoportable.
El dolor emocional se convierte en dolor físico. El cansancio se convierte en dolor.
Cuando no puedo con mi alma, café e ibuprofeno para tirar el día.
Y no es nada comparado con la realidad de algunas madres que conozco que toman ansiolíticos y pastillas para dormir todos los días.
Casi puedo decir que tengo suerte. De momento no necesito más. A veces me ahogo por las noches, no puedo dormir, o no me dejan.
Llevamos desde principios de agosto o mediados, ya no sé, durmiendo mal.
Así que estos días ya vuelvo a mi café y mi ibuprofeno diarios.
Y no me puedo quejar, o sí, no lo sé ya.
Solo sé que ayer programé una entrada en redes de algo del 2018 y compartí una entrada de un blog sin poner la entrada.
Ni siquiera me di cuenta.
Necesito dormir.
Y dejar de pensar en qué pasará cuando #PequeñoThor acabe la escuela obligatoria.
Ni en qué pasará cuando seamos mayores, si conseguirá trabajo, si podrá estar a gusto con su vida, quién lo acompañará en las noches de insomnio y quién calmará su miedo infinito a todo y a nada.
Dejar de pensar…
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