No siempre me he considerado feminista, yo era de las de que decía ni feminismo ni machismo, igualdad. Era un poco ignorante, ahora no sé si sigo siéndolo o no, pero por lo menos en este aspecto, se me ha caído la venda de los ojos.
Cuando eres joven, veintitantos, has vivido episodios de abuso y de discriminación, pero como están tan normalizados por todos, consideras que es gente mala en el mundo y ya está. No eres consciente de que tus compañeros del sexo masculino no han pasado por todas tus penurias.
Empecé a despertar de mi letargo juvenil el día que mi pareja y yo fuimos a pedir una hipoteca. Como tantos otros, nos queríamos independizar.
Yo llevaba trabajando sin parar desde los 19, nunca había cogido el paro y estaba indefinida en el trabajo desde hacía tres años. Tenía un puesto de contable bien pagado para la época.
Mi compañero, había estado entrando y saliendo de diferentes trabajos como mozo de almacén y últimamente como jefe de almacén, pero sin estabilidad. Cogía el paro, encontraba trabajo, empezaba y a los seis meses o al año lo echaban y vuelta a empezar. Con el tiempo acabó encontrando un buen puesto de trabajo, bien remunerado y fijo. Pero en aquel entonces, la situación era la que era.
PRIMER ENCUENTRO CONSCIENTE CON EL MACHISMO:
“No, es que tienes que tener en cuenta que el hecho de que tu estés fija, no cuenta lo mismo que tu compañero. El que cuenta es él.” Palabras del técnico de la inmobiliaria.
“Piensa que a ti te pueden echar en cuanto te quedes embarazada, a él no”. Palabras del técnico de la entidad bancaria.
El día de la firma de la hipoteca y la compraventa del piso, el notario le hablaba a mi compañero. El técnico de la entidad bancaria le hablaba a mi compañero. El técnico de la inmobiliaria le hablaba a mi compañero.
Yo era, INVISIBLE. Y empecé a despertar.
SEGUNDO ENCUENTRO CON EL MACHISMO
Pasaron los años, me casé y decidimos tener hijos. Bueno, nosotros lo decidimos y el entorno presionaba.
Empecé a darme cuenta de que, si tenías 30 años y eras mujer: tenías que haberte casado, tener un piso, una hipoteca, un coche y la cuna y el moisés para el bebé en la habitación. (Y si me apuras hasta el perro o el gato)
No voy a decir que me obligaran a tener hijos, porque no es el caso, realmente siempre he querido tener hijos y mi compañero también. Pero la presión fue de tal calibre que, entiendo perfectamente que sea difícil mantener tu salud mental intacta, si decides libremente no tener hijos. ¡Te puedes volver loca de escuchar los comentarios al respecto que todo el mundo tiene!
Aquí comencé a tomar consciencia, un poco más, de las presiones a las que nos vemos sometidas las mujeres y los hombres por un SISTEMA QUE IMPONE COMO MODELO LA FAMILIA HETEROSEXUAL, CASADA Y CON HIJOS.
TERCER ENCUENTRO CON EL MACHISMO (Y PRIMERO CON LA VIOLENCIA OBSTÉTRICA)
Además, al saber que estábamos buscando tener un hijo, todo el mundo necesitaba explicarme su experiencia de parto para que me fuera preparando, supongo. (¿O para que me fuera doblegando?) Todos, absolutamente todos eran partos aterradores, auténticos relatos de tortura, crueles y salvajes.
Con excepción del parto de Anaïs, mujer de un amigo de mi marido, a la que fui a ver al hospital después de haber tenido a su bebé, que venía de nalgas, en un parto natural, sin epidural y sin cortes innecesarios. Y a través de ella, empecé a pensar que había esperanza, que tal vez conseguiría que no me torturaran.
Al fin, me quedé embarazada, después de un año intentándolo, con el yugo de la presión social sobre mi cabeza, lo conseguí… que pena vivir algo tan bonito como un embarazo como si fuera una carrera…
Embarazo, parto y lactancia. Empecé a leer… no: devorar, toda la información que caía en mis manos sobre estos tres temas. Mi desconocimiento era tal que no me lo podía creer. Tenía tantas mentiras grabadas a fuego en mi mente que la venda de los ojos prácticamente se me cayó del todo.
La episiotomía. ¿Como puede ser que no la consideren la mutilación genital femenina de occidente? Me daba auténtico pánico que me cortaran, me rajaran, ¡quería mantener mi cuerpo intacto!
Finalmente fuimos a lo seguro y buscamos el equipo con el que Anaïs había tenido a su bebé. Y lo conseguí, tuve un parto más o menos respetado (esto lo dejo para otro post) pero no sufrí mutilación alguna.
Con mi bebé en brazos, me di cuenta de que me había estado preparando para el parto, pero nadie, absolutamente nadie, me había explicado lo que era tener a tu bebé por primera vez contigo y no saber qué hacer con él. Ni siquiera todo lo que había leído sobre lactancia me ayudaba.
La lactancia materna es una auténtica desconocida para mucha gente. Desde la gente de la calle, la que te encuentras cada día cuando vas a buscar el pan, hasta los profesionales de la salud que se supone tienen que saber de eso, de lo que es saludable para la gente.
NADIE SABE NADA DE LACTANCIA, NI DE PARTOS, NI DE PUERPERIOS, NI LES INTERESA PORQUE ESOS TEMAS SON COSAS DE MUJERES Y LAS MUJERES SOMOS INVISIBLES.
Así las cosas, fui a mi primera reunión de madres de Areola. Me topé con mujeres sabias y maravillosas que con respeto y amor me ayudaron a salvar mi lactancia y a salvarme a mí misma del abismo en el que había caído.
Estaba sembrando en mi interior una semilla que acabaría brotando y me convertiría en asesora un año después de aquella primera reunión de madres, que me convertiría en lactivista.
Hice el cursillo de la Federación Catalana de Grupos de Lactancia, y entré en la fase: asesora que quiere cambiar el mundo y si no lo hace explota (mejor esto lo explico en otro momento, más adelante).
La venda del machismo la había perdido por completo, pero aún tenía que perder otra que ni remotamente podía llegar a intuir. Y como asesora, me quedaba mucho camino por recorrer y aprender. Sólo estaba empezando mi camino.
Empecé a sufrir en mis carnes y en las de mi hijo las injusticias que ya he explicado en otros post de este blog. Mi hijo tenía autismo, evidentemente desde que nació, pero era más fácil opinar sobre la teta, el colecho o el porteo que mirar a mi hijo y buscar las auténticas razones por las que su comportamiento era diferente.
Como os podéis imaginar, la situación era insufrible. Saber que lo que le pasa a tu hijo nada tiene que ver con la forma de crianza y ver impotente como a nadie le importa. Me encerré en casa con él. Tal cual. Mi compañero salía, se iba a cenar por ahí, él iba a comprar, y yo sólo trabajaba y estaba con él el resto del tiempo. Lo decidimos así, dado que la situación llegó a ser tan insostenible que me daba miedo acercarme a un parque, entrar en una tienda o pararme a hablar con alguien por la calle. (Además de que la oxitocina me predisponía a actuar de esta manera, aunque eso lo supe mucho tiempo después). Prefería no separarme de él para poder reducir su creciente ansiedad (y la mía). Iram explotaba a cada paso que daba y solo queria a su madre. Pero nada de esto lo explicábamos, mentimos a todo bicho viviente que se nos acercaba. ¡¡¡Todo iba de MARAVILLA!!! ¡¡¡NO PASA NADA!!! ¿como ibamos a decir la verdad, si a la que abriamos la boca nos acusaban de no ponerle límites?
Qué gran error cometen los profesionales (no todos, lo sé, pero quedan todavía demasiados trogloditas en este aspecto) que, en lugar de convertir en su aliado a la familia, la demonizan y la culpabilizan.
Así las cosas, pasó el tiempo y hasta segundo de primaria no dimos por fin con el diagnóstico. Y aquí fue cuando me quité otra venda de los ojos, esta vez fue de golpe, de un mazazo, con un impacto brutal que derrumbó mis precarias estructuras, y me hundió hasta el punto de empezar con síntomas de depresión. Le vi las orejas al lobo y pedí la excedencia en el trabajo.
Sobre cómo me quité esta venda y las consecuencias que tuvo para todo mi entorno, hablaré en la segunda parte de este post. En él, explicaré cómo aprendí de autismo, inclusión y salud mental, a la fuerza, de la noche a la mañana y casi sin tiempo para reaccionar.
Muchas gracias por leerme.
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