Empezamos secundaria, una nueva etapa marcada por el paso a la adolescencia y todo lo que eso conlleva.
Después de pasar por tres escuelas y vivir un sinfín de problemas con el sistema educativo, como os podéis imaginar, estaba muy preocupada.
La preinscripción
La preinscripción al instituto estuvo llena de sobresaltos. No pudimos ir a ninguna sesión de puertas abiertas, ni hablar con ningún instituto, nada de nada. Nos pilló un decreto de estado de alarma: el dichoso coronavirus que todo lo domina.
De forma excepcional se hizo la preinscripción on line, con retraso y casi a las puertas de finalizar el curso escolar.
El caos.
Así que, sin información previa, jugamos nuestras cartas y presentamos una lista con cuatro institutos. Todos públicos y cerca de casa.
A la hora de buscar instituto tuvimos en cuenta todas las opciones. Incluso una escuela de educación especial que está en una población cercana a la nuestra.
Creo firmemente en la educación pública, de calidad y con recursos: en la educación inclusiva. Pero no metería a mi hijo en una escuela, sea del tipo que sea, que no garantizara la educación y los recursos que él necesita.
Puede que haya quién piense que es una contradicción. A mi modo de ver, no lo es. Nuestros hijos no tienen porqué sufrir el llevar hasta las últimas consecuencias nuestros ideales.
Y lamentablemente, el encontrar una escuela en condiciones no es tan fácil.
Lo cierto es que al final descartamos la de educación especial por la lejanía. Coger un autobús cada día no es viable para #pequeñothor. Y también descartamos las concertadas de nuestra zona, porque no nos ofrecían nada en especial y porque sus valores no coinciden con los nuestros.
Una escuela, sea la que sea, que separa a los niños y los saca fuera del aula porque sí, no es para mi hijo.
Mi hijo no necesita estar fuera del aula. Es lo suficientemente autónomo para poder estar con todos sus compañeros. Tan solo necesita comprensión para entender su necesidad de silencio a veces, su necesidad de caminar y dar vueltas en según qué momentos para reequilibrarse, entre otras muchas cosas.
El inicio de curso
Nuestro instituto hizo una reunión con los padres de primero de forma presencial a finales de julio. Y además lo hizo en un momento en el que nadie hacía ninguna reunión presencial.
Hicieron varios turnos y en pequeños grupos fuimos pasando todos los progenitores o tutores (uno solo por familia) y conociendo el instituto.
Se agradece enormemente ese esfuerzo y el detalle tan grande para las familias que inician una nueva etapa escolar en un momento de tanta incertidumbre.
Llegado septiembre, la gran sorpresa: una reunión on line con el tutor, cotutor y la orientadora. Y a los pocos días, una reunión presencial en el instituto.
Y siempre lo diré, sorpresa porque nos han hecho mucho daño, tanto que las heridas todavía estan visibles en nuestra piel y no podemos evitar ir con las defensas en alto. No debería ser una sorpresa, debería ser lo habitual, que los padres de un niño autista encuentren facilidades para que el niño o niña conozca todo con antelación.
La anticipación es un puntal para el bienestar de nuestro hijo. Estaba hecho un manojo de nervios, pero contento porque podía ver con sus propios ojos esa clase, esas paredes, esas mesas y sillas y grabarlas en su mente para recordarlas el primer día de cole.
El cambio de horario
Una de las cosas que más le ha costado a #PequeñoThor es el cambio de horario. Empezar secundaria supone una nueva etapa en muchos sentidos. Para un niño que necesita unas rutinas marcadas y estables, un niño que lleva toda su etapa escolar haciendo horario partido, cambiar a jornada continua es todo un reto.
Las dificultades concretas que nos hemos encontrado no las explico ya. Eso forma parte de su vida privada y hace tiempo que dejé de compartirlas en público.
Esta semana publiqué en Instagram el listado de alarmas con el móvil que hemos decidido juntos que iba a usar. Alarmas para levantarse, salir al cole, comer en un tiempo razonable e irse a dormir pronto.
Han sido una herramienta super útil para autorregularse de forma autónoma y creo que estas cosas sí que hay que compartirlas, porque pueden ayudar a otras personas que se encuentren con el mismo problema.
Las tareas escolares
Esto no es solo un reto para él, sino también para su padre y para mí. La primera gran dificultad es la planificación.
Libretas con hojas de colores diferentes para cada asignatura. Carpeta clasificatoria usando las mismas palabras. Y suerte del Chromebook, que, aunque falla mucho al conectarse a la wifi, es una maravilla.
La tecnología permite y colabora para que mi hijo pueda seguir las clases con normalidad. Para que podamos ayudarle a clasificar los correos electrónicos de la escuela, a planificar los deberes que tiene que ir haciendo y a no cansarse del lápiz ni del bolígrafo.
Así que ahí estamos, entre su padre y yo, turnándonos a ratos para estar con él en casa ayudando y apoyando.
Las tareas son reducidas y adaptadas para darle tiempo a familiarizarse con las nuevas dinámicas de trabajo.
Que su tutor te diga que ahora lo académico no es lo importante, que primero es que esté bien y tranquilo, que poco a poco ya se irán conociendo y regulando los deberes, no tiene precio.
Lo académico y lo emocional
Para poder aprender se necesita un estado emocional receptivo, sentir que el entorno es seguro y no una amenaza.
Esto que para mí es de sentido común, no lo es para muchas personas que viven ancladas es formas de hacer autoritarias y discriminatorias. Personas que creen que todos los niños aprenden igual, menos los “especiales”, que viven en un mundo aparte. Profesionales de la educación que todavía piensan que esos niños no son para ellos, que son para los de la “especial”. Y familias que todavía se piensan que el currículo en infantil y primaria es un listado de conocimientos que aprender de memoria.
Entender que para un niño o niña con autismo el entorno tiene que estar adaptado, entender la necesidad de un vínculo fuerte y seguro con las personas de referencia en la escuela y conocer y reconocer los momentos en los que las alteraciones sensoriales dificultan la interacción social adecuada, es algo que forma parte del derecho a una educación inclusiva.
Un derecho que está en peligro constante por la falta de inversión en educación y la falta de mirada hacia esos niños que se salen de la pirámide de Gauss por delante y por detrás.
Antes del coronavirus ya estaban en precario, ahora el abandono por parte de las administraciones es más que evidente. De aquellos refuerzos que se iban a contratar, no ha llegado nada, y si ha llegado alguno, ha sido insuficiente.
Al final, acaba siendo una vez más cuestión de quién te toque. De ese tutor o tutora, ese director o directora que impregnan una mirada inclusiva hacia el alumnado.
No debería ser así, no debería depender de la voluntad de las personas.
Es un derecho. Y los derechos se garantizan por parte de los poderes públicos (o deberían), máxime cuando llevamos tantos años de lucha, pero claro, son niños y encima de segunda (léase con discapacidad)
Mientras tanto, solo nos queda caminar hacia delante, poniendo un pie delante del otro cada día, paso a paso, acompañando a nuestros hijos en una de las etapas más cruciales de su vida: la etapa escolar.
Seguimos…
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