Si no habéis ido a ver esta película, ya podéis coger el móvil, buscar un dia para verla y comprar las entradas. No leáis este post, no porque vaya a hacer algún spoiler, sino porque hay que ver la película sin saber mucho de ella, porque está llena de matices y es de aquellas películas que tienes que ver varias veces porque no te la acabas.
Para mí, es una obra maestra: nunca, nunca, nunca, en ninguna película, alguien ha sido capaz de plasmar con total y absoluta claridad meridiana la realidad de nuestras vivencias cotidianas.
Y de una forma divertida, sin lástima, sin esa caridad latente que a veces se percibe de forma sutil, con naturalidad y sin tapujos.
El guion, impecable. El tratamiento y el cuidado a la hora de describir a los personajes, excelente. Tal vez se le podría reprochar no saber hilar adecuadamente la historia personal del personaje principal y su mujer, le falta algo… le falta más trabajo y mejor puesta en escena, mejor encaje. Pero nada más que eso, porque todo lo demás, deslumbra.
El personaje principal podría ser cualquiera de esos padres con los que me he encontrado en alguna extraescolar, en los casales de verano, en el parque, en la cola del súper….
La evolución que hace es muy descriptiva de lo que incluso vivimos nosotros como padres el dia que tomamos conciencia de las dificultades de nuestro hijo. Nuestra propia transformación.
Porque, eso lo tengo claro, hasta que no te “toca” de cerca, no los ves, y si los ves, los miras desde la distancia y la desconfianza, desde el que no se me acerque, o desde la pena y la ignorancia. Con suerte, serás una persona un poco empática y tratarás de entender, como buenamente puedas, la situación que tienes delante y tal vez seas capaz de pronunciar un: ¿en qué puedo ayudarte? O preguntaras con educación y respeto ¿qué le pasa a tu hijo? y tratarás de escuchar y entender y ayudarás y mucho.
Pero, en cualquier caso, esta película tiene esa doble funcionalidad: si tienes un hijo con discapacidad o alguien cercano o trabajas con ellos o tú tienes discapacidad, verás tu dia a dia reflejado en cada milímetro de película y si no lo tienes podrás ponerte en nuestra piel de una forma suave y divertida, sin aspavientos, sin dramas excesivos ni rasgamientos de vestiduras. Porque los protagonistas son chicos con discapacidad intelectual, pero es que el diagnóstico es lo de menos, es una película universal para todas esas discapacidades que van más allá de lo físico.
En ninguna de las críticas que he leído sobre la película se hace mención alguna a este detalle. Ninguno de los críticos habituales de cine, tiene en su punto de vista la realidad de las familias y las personas con discapacidad. Como decía antes, si no te “toca”, no lo ves. Tan solo mencionan que es una película que huye de buenismos y sentimentalismos excesivos.
Alguno hasta comenta que a lo mejor te hace soltar una lagrimilla. Yo lloré casi toda la película y me quedé sin palabras después de que acabara. Necesité un tiempo para recuperarme, porque me vi y me sentí, a mí, a mi hijo y a mi familia en un montón de secuencias impactantes (para mí lo fueron).
El personaje principal, el entrenador, es una persona llena de prejuicios y con su bagaje personal de problemas en la infancia, con unas dificultades claras y evidentes para crear vínculos con las personas, para cuidar de otros.
Se encuentra en la obligación de entrenar a un equipo de personas que no entiende, que desprecia, que no cree en ellos y acaba haciéndolo de forma impecable.
Poco a poco su lenguaje va cambiando, ese lenguaje que duele, que discrimina, que segrega se va transformando en un lenguaje inclusivo y respetuoso, cambia el “subnormal” por el “persona”.
Marco, que así se llama el entrenador, evoluciona, cambia y va tomando conciencia. Vive varias situaciones, que yo llamo puntos cero (no sé si se lo he copiado a alguien, porque no lo recuerdo, si es así, pido disculpas). Son situaciones que, podríamos decir, resetean tu vida, te vuelven a un punto anterior, son un punto de inflexión y a partir de ahí, tu vida se dirige hacia otro camino.
En la escena de los vestuarios y la ducha, se da cuenta que tiene que ser creativo, utilizar herramientas nuevas, estrategias innovadoras porque lo que ha usado en sus años de entrenador, en este equipo, no le sirve.
La escena del autocar, a partir de aquí sí que puede ser que haga algún pequeño spoiler. Si no has visto la película, no sé qué haces leyendo esto, ves a verla. Si la has visto, sigue, que voy a hablar de la escena del autocar.
Brutal.
He vivido tantas veces esas miradas, esos comentarios por lo bajo, la recriminación, la desaprobación, incluso el cambiar de sitio para no estar cerca nuestro. Que me echen de un sitio porque mi hijo es molesto.
Encima con la impotencia de no poder poner en palabras lo que le pasa a tu hijo para que te ayuden, porque nosotros, en la peor de las etapas, con conductas disruptivas y sin comunicación ni lenguaje, ni siquiera sabíamos que tenía autismo. (Todavía me tiro de los pelos de pensar como puñetas nadie se dio cuenta). El no saber lo que le pasaba, le añadía un buen plus a las dificultades que teníamos: era un niño “normal” que se comportaba “mal”. Saltaba, no se quedaba quieto, nos echaban en cara que no le obligáramos a sentarse a la mesa. ¡No podía sentarse a la mesa! diciéndoselo con palabras desde luego no y no sabíamos cómo comunicarnos con él de otra forma.
Ni siquiera podía decir: es que tiene autismo, estamos yendo a terapia. Horrible.
La escena del autobús refleja tanto nuestra realidad, nuestro sufrimiento, la incomprensión, la falta de empatía, la falta de recursos y de apoyos. Porque esos chicos, en ese autobús, necesitaban otra mirada, otra perspectiva que no los convirtiera en molestos y desagradables. Solo estaban contentos. Y celebrando que habían ganado. Nada más.
Aquí el protagonista da un giro de 180 grados y empieza a buscar recursos adecuados para ellos. Me llama la atención que, en una de las escenas, incluso recurre al engaño o a las medias verdades para conseguir lo que el equipo necesita.
¿Cuántas veces nos hemos visto obligadas las familias, a darle la vuelta a las situaciones, para conseguir aquello que nos corresponde por derecho, pero que nos es vetado de forma sistemática? Demasiadas.
Y, por último, solo me queda destacar la lección de vida que dan estos chicos al espectador. Una lección que debería ser obligada aprender por todos. Ellos no discriminan, no juzgan, son tal cual son y aceptan las dificultades de la vida con tristeza, pero con resignación, sin dar puñetazos encima de la mesa como hacemos muchas veces los “normales”. No exigen, solo dan y reciben, viven y dejan vivir. ¿Cuántos de nosotros (“adultos normales”) podemos decir eso?
La escena final no puede dejar indiferente a nadie. No puedo explicar más, porque aquí si que estaría fastidiando totalmente al que no haya visto la película, pero esté leyendo esto a pesar de mis advertencias.
Así que sólo deciros que la vida no es una carrera, llegar a la meta antes que nadie no te hará más feliz que otros. De modo que, ¿para qué correr?, si podemos pasar por ella dando un paseo y contemplando el paisaje, sin exigencias, sin apremios, sin juicios de valor, sin violencia, sin abusos.
«Jugamos para ganar, no para humillar».
Id a ver la película.
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