Dos palabras que no parece que puedan ir unidas: ansiedad y vacaciones.
La ansiedad la relacionamos con el día a día, el estrés y la prisa. Pensamos en el trabajo, las obligaciones y los horarios.
Las vacaciones con la calma, disfrutar del momento y recargar pilas. Pero esto no es así para todo el mundo.
Para algunas personas la falta de horarios y la improvisación propia del verano son un caldo de cultivo para la ansiedad.
Las dificultades en las funciones ejecutivas hacen que resulte difícil preveer los acontecimientos. No saber cuándo ni de qué manera van a pasar las cosas es una fuente inagotable de ansiedad.
Planificación de las vacaciones (o no)
Este verano nos hemos encontrado como familia ante la situación de no disponer de muchos días juntos. Además no hemos sido previsores y no hemos buscado algún destino para escaparnos aunque fueran cuatro días.
Pensamos, decidimos, que podía ser un buen momento para pintar el piso. Tal vez no tan buen momento…
#PequeñoThor parecía, sólo parecía estar bien. Tranquilo, relajado y bien adaptado a su no rutina vacacional. Creímos que no le afectaría unos días de desorden.
Y nos equivocamos.
Empezó como una sombra, que de forma silenciosa se instaló en su cara.
Se quejó de su hermana. No es que sea la primera vez, las quejas y peleas entre hermanos son comunes en todas las casas, pero esta vez parecía muy preocupado.
Le preocupaba que su hermana fuera una mala persona. Es más, era un «tengo miedo de que sea mala persona». Así, tal cual, te dice que le preocupa su hermana porque es «mala», o sea, una niña pequeña revoltosa y ruidosa.
Señal inequívoca de que una nube oscura estaba ya instalada en su mente. De que todo estaba empezando a torcerse. Porque no venía a cuento de nada especial. Nada fuera de lo común que no hubiera pasado antes.
Después empezó a preocuparse por la escuela. «Tengo miedo». Lo mismo otra vez, este curso empieza sexto y él sabe que es un curso muy importante.
«¿Cuándo empieza el cole?»
Intento enseñarselo en el móvil, con la agenda, pero no se aclara.
«Te lo digo en unos días cariño que hemos quitado el calendario del pasillo.»
El piso ya llevaba días desmontado, bolsas y cajas de cosas para tirar y donar. Antes de pintar, decidimos hacer limpieza de trastos y ver si podíamos hacer un poco de espacio. El pasillo y la entrada con cajas y bolsas para donar.
Todo envuelto en cinta de pintor, papeles de periódico por el suelo y con los muebles repartidos por las habitaciones para poder pintar.
Empezó a despertarse otra vez por las noches. Cada dos o tres horas, gritando. Otra vez. Cinco días sin pegar ojo.
Y no pudo más.
Regulación emocional
Tengo la teoria de que si hubiera sido más pequeño hubiera empezado a gritar y golpear cosas.
Pero ahora en lugar de eso decidió encerrarse en si mismo y no hablar con nadie.
Me asusté. Verlo dando vueltas en silencio o como mucho musitando en voz baja, sin querer hablar con nadie y con aquella mirada inexpresiva, impone.
«Mama, no quiero hablar» y se calló durante un día aproximadamente. Parecía un fantasma, con la mirada plana, sin expresión y encerrado, descansando creo yo, en su mente.
Tiene 11 años ya. Un bigote incipiente y es casi tan alto como yo.
Llevamos ya tiempo trabajando las emociones, la regulación emocional, las estrategias, etc. En terapia y en casa. Y aunque al principio me asusté al verlo así, creo que es algo positivo.
Estamos entrando en la adolescencia. Estamos creciendo.
¿Tal vez las explosiones de ira se acaben tranformando en recogimiento y reflexión?
Sinceramente, prefiero (y él creo que también) que para calmarse decida no hablar con nadie y refugiarse en si mismo. Lo prefiero a que se golpee la cabeza, pegue golpes a los muebles, en definitiva, que se haga daño o nos haga daño en su desesperación por descargar las emociones.
Este curso que entra empieza sexto. Entra en breve de pleno en la adolescencia. Seguimos siendo simples aprendices de autismo a su lado.
Empieza otra etapa de nuestra aventura juntos.
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