Demasiado en poco tiempo. La semana europea del parto respetado, la mujer de Oviedo, gentuza diciendo que las mujeres nos podemos cortar el pelo y las uñas pero no abortar, más gentuza diciendo que tenemos que parir y a la semana, trabajar. Tristeza infinita. Estos dias le daba muchas vueltas a la entrada del blog. Siendo la semana europea del parto respetado quizá lo más lógico hubiera sido explicar con detalle mis partos. O tal vez el que tuvo mi madre el dia que nací yo.
Pero no me salían las palabras.
Porque en quien pienso estos días, escuchando a tantos politicuchos, que se creen con derecho y capacidad para opinar sobre nuestra autonomia, solo puedo pensar en aquel embarazo que no llegó. En mi tercer hijo que nunca fue concebido, que solo vivió en nuestros proyectos.
De duelos, hay muchos, ya lo sabéis. Por la muerte de un ser querido, un bebé que se quedó en el camino e incluso por uno que ni siquiera llegó a ser concebido.
Nosotros, mi pareja y yo, siempre quisimos tener tres hijos. En nuestra imaginación éramos una familia de cinco.
No pudo ser.
Autismo, lactancia y regulación emocional
Por la historia que os voy a contar y de la que ya he ido explicando algunos capítulos, aqui y aqui, nuestro proyecto de vida no llegó nunca a completarse.
Nació #PequeñoThor después de un año intentándolo, cuando ya pensaba que tendría que buscar ayuda. Y cuando menos lo esperaba, justo al cambiar de trabajo, me quedé embarazada. Tuve suerte porque no hubo consecuencias a nivel laboral en ese momento.
Tuvieron la delicadeza de esperar a que pidiera una reducción de jornada. Fue cuando amablemente me recordaron que aunque tuviera reducción de jornada tenía que hacer mi trabajo igual. Que eso de salir a la hora si había trabajo atrasado no podía ser. En fin, otro día ya hablaremos de esto.
Mi hijo nació precioso, redondo y bonito. A las 42 semanas y cinco dias de embarazo.
4 quilos de niño. Recuerdo perfectamente su primera mirada. Empezó a lloriquear. Parecía querer decirme que no entendía que había pasado, que tenía miedo.
Nada parecía presagiar los problemas que iban a llegar al poco tiempo.
El autismo no da signos de nada, aparentemente, y menos al ojo inexperto.
Entre uno y otro, entre mi primer y segundo embarazo pasó también demasiado tiempo para mi gusto. (y para lo que marcan las exigencias de la sociedad)
A mi cuerpo le iba bien no tener la mestruación y así era imposible un segundo embarazo.
Exactamente igual que con el primero, cuando ya pensaba que iba a tener que buscar ayuda, mi ciclo regresó.
Aún tardé un año más en quedarme embarazada. Nuevamente con el yugo de tener que pensar en buscar ayuda.
Y embarazada de #PrincessLeia empezó mi hijo mayor en P3.
Aquel curso escolar nos mudamos de casa, nació su hermana y estaba muy alterado, difícil de controlar.
Nos decíamos a nosotros mismos que las dificultades de #PequeñoThor tenian que ver con que habíamos hecho demasiados cambios.
Todo parecía encajar, eran los cambios. «Los cambios uno a uno», me decía a misma, «pero no lo hemos cumplido». Como si de una promesa se tratara.
Tampoco andaba desencaminada, pero no me podía imaginar hasta qué punto.
Todo era exagerado. Sus reacciones, el llanto, la necesidad de contacto, de contención. O las no reacciones: no contestar por su nombre, el ensimismamiento, el juego solitario, el juego repetitivo,…
El movimiento. Círculos y círculos infinitos. Como el símbolo del autismo.
#PrincessLeia nació poco después de empezar la escuela a las 40 semanas y dos dias. Llena de lanugo, blanca y preciosa. 3 quilos y medio de niña.
Aquellas noches, con dos bebés en tandem, por mi cabeza pasó repetidas veces la idea real de levantarme y salir por la puerta de casa para no volver.
Esa zona oscura y negra y solitaria de la maternidad de la que nadie te habla. El postparto.
Le quité la teta a #PequeñoThor enmedio del caos más absoluto. Probablemente no fue la mejor de las maneras. No fue respetuosa para él ni para mi.
Se lanzó a tomar teta y dejó de comer. Ya no comía demasiadas cosas y la leche preparada para alimentar y dar energía a un recién nacido fue suficiente para él.
Después de un episodio de agitación en el amamantamiento, desteté.
En P3 le prohibí su teta. Su única herramienta de gestión emocional. Nadie le enseñó otra, ni nosotros, ni la escuela, ni él tenia capacidad para adquirirla por si solo.
En P4, roto completamente, volví a ofrecerle su teta. Y la aceptó.
Todavia lo recuerdo hecho un ovillo. Escondido entre la taza del water y el bidé. Intentando fundirse con las paredes para no ir al colegio.
La olla a presión en que se había convertido nuestro hijo explotó.
Fue el año de la salida de la escuela. De la ansiedad, la saturación sensorial, la desregulación emocional.
Se quedó en casa. Nosotros con él.
Yo no sé si podré llegar jamás a explicar con palabras lo que vivimos en casa en aquella época.
No sé si podré jamás transmitir el sufrimiento que sentí viendo a mi hijo al borde de la extenuación. Sin saber qué hacer. Ni como ayudarle.
Recibiendo solo mensajes negativos del entorno. «No le pones límites».
Nunca uso esa frase cuando acompaño a familias en los primeros años de vida de los bebes.
Lo significa todo y no significa nada. Significa que TÚ no sabes hacer bien tu trabajo de PADRE/MADRE.
No da herramientas, no da estrategias concretas, no explica nada.
Es lo mismo que decirle a una madre que destete y no decirle cómo.
La culpa es tuya por no saber destetar. Te están diciendo que deberias saberlo, que es tan sencillo como no darle teta y ya está.
Pues lo mismo con los límites. Y encima con un trastorno del neurodesarrollo.
Con suerte, encuentras a alguien que entiende de respeto a las necesidades del bebé y de apego seguro y por lo menos no te juzga.
Sin soluciones, sin ayuda más allá del apoyo de unos pocos. Unos pocos que tampoco sabían como ayudar, pero por lo menos no ponian palos en las ruedas.
Estábamos desesperados.
Un proyecto de vida inacabado
La lactancia es contención emocional, además de alimento nutricional.
Para todos los bebés, tengan autismo o no. En realidad, especialmente, si tienen autismo o son autistas. Llámalo cómo necesites.
Mis hijos se llevan casi tres años de diferencia. Dos bebés con necesidades diferentes y a la vez iguales.
Contención y apego. A nivel emocional es básicamente lo que necesita un bebé. Unos padres responsivos que actúen en función de las necesidades del bebé. Respuestas contingentes.
Pasaba el tiempo y la cosa no mejoraba. Los días eran eternos. Entre explosión de ira y rabieta. Sin saber lo que eran las dificultades sensoriales. Trabajabámos los dos. Sin vida propia. Solo los niños.
El momento de ir a por el tercero se retrasaba. El tiempo, inexorable, nos lo ponía cada vez más difícil.
Renunciamos a ir al parque, a irnos de vacaciones, a salir juntos en familia.
Las pocas veces que lo hacíamos eran un drama.
En la comunión de uno de mis sobrinos que se hacía en la playa, acabó metido en el agua y lleno de arena. Sin comer nada de lo que le ponían delante, sin comunicarse, solo.
Renuncié, renunciamos a nuestro proyecto de ser cinco en casa.
No sabíamos que #PequeñoThor era autista, solo sabíamos que sus necesidades eran muy grandres y difíciles de gestionar. Estábamos prácticamente solos.
En su momento fue un duelo. Otro de tantos que tenía que vivir. El truncamiento de las expectativas ante la cruda realidad.
En P5 lo cambiamos de escuela, empezó a ir a logopedia y dejó su teta.
La dejó a los cinco años y medio, justo el verano en el que pasaba en septiembre a P5. Cuando empezó a comunicarse, algo, aunque fuera de forma deficitaria.
La logopeda que nos atendió no podía creerse que nadie en todo este tiempo hubiera hecho saltar las alarmas con nuestro hijo.
¿Negliencia? Pues no lo sé. Eso lo tendría que decidir un juez y ya pasó el momento.
Aunque por supuesto, sabéis perfectamente mi respuesta.
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