Derechos Humanos (olvidados) y coronavirus

Dia de los Derechos Humanos, o debería decir Derechos olvidados. Hoy más que nunca tendríamos que hacer uso de las redes sociales para reclamar y quejarnos. El coronavirus ha venido a poner sobre la mesa que los Derechos Humanos están bastante lejos de ser respetados. Nos ha roto los esquemas, ha desmontado todas las estructuras y ha dejado bien claro donde faltan los recursos.

Madres solas, pariendo con mascarilla, acudiendo a pruebas diagnósticas importantes solas, padres, familias solas, sin grupos de apoyo a la lactancia, sin redes de apoyo comunitarias, en un momento de especial vulnerabilidad y por tanto, de necesidad de especial protección.

La infancia y la adolescencia estigmatizada: niños «supercontagiadores», obligados durante meses a estar encerrados. Adolescentes de botellón y sin conciencia, «culpables» de todo. Sin escuelas, sin actividades, durante más tiempo que nadie.

Cuando han abierto las escuelas muchos niños han vist, además, como los soportes específicos que tenían se han visto diluidos por la necesidad de desdoblar las aulas.

La infancia con discapacidad, con necesidades de apoyo, abandonada. Durante el confinamiento, no importaban, ahora tampoco, como se puede comprobar. Antes de esta pandemia, tampoco importaban.

En educación hacen falta más recursos. Sin recursos humanos y económicos no hay inclusión que valga. Hay esfuerzo y dedicación de muchos, pero también es la excusa perfecta para que quién no quiere, se escude en la falta de recursos para discriminar y excluir.

En sanidad es evidente que hacen falta más sanitarios y con mejores condiciones laborales. No creo que quede ninguna duda al respecto. Jornadas laborables interminables, escasos de personal y de material. Nuevamente, la falta de recursos es la excusa perfecta para que quién no quiere, aisle y separe de forma innecesaria a madres y bebés.

En servicios sociales queda mucho por hacer. Las políticas de contención de la covid19 no se pueden aplicar sin tener en cuenta a la población más desfavorecida, por ejemplo, las personas sin hogar. Las familias sin acceso a una conexión a internet y a la tecnología se han visto doblemente excluidas de nuestra sociedad, por estar al filo de la exclusión social y por la brecha digital.

El esfuerzo que se ha hecho para empezar a salir de esta pandemia, debería servir para reflexionar qué estamos haciendo con la vida y con la muerte de las personas.

Nuestros ancianos, muchos, han fallecido solos, con suerte acompañados de algún sanitario que ha podido estar presente. La vida y la muerte como procesos emocionales individuales y colectivos están en entredicho. Ninguneados y violentados por esta pandemia.

Hemos olvidado que los derechos corresponden a personas de carne y hueso. A personas: niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos. A familias, amistades, vecinos, a redes sociales de las de verdad (no las que se ven a través de una pantalla), que se han roto, dejando solas a las personas.

Los procesos de vida y de muerte de las personas se han abandonado a su suerte. No importaban antes del coronavirus, tampoco importan ahora.

Se nos viene encima una tercera ola, la de la salud mental de las personas. Todavía no hemos empezado a ver el final del túnel de esta pandemia y ya se vislumbra lo que llegará cuando empecemos a salir. Cuando empecemos a procesar todo lo que nos ha pasado, las experiencias que hemos vivido y que nos han marcado para siempre.

Mi reclamación para el día de hoy es que se pongan los recursos donde realmente son necesarios: en la atención a las personas como base para poder levantar una sociedad dolorida y maltrecha. Para que nadie pueda usar como excusa la falta de recursos para vulnerar los derechos de las personas. La salud mental de las personas está en juego y necesitamos más que nunca recibir la atención necesaria para poder reconstruir lo que el coronavirus ha destruido. Para superar la crisis económica y social que se nos viene encima.

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