Diario de una pandemia II: privación de libertad

Estamos confinados, que es la manera soportable de decirnos que estamos privados de libertad. Si: privación de libertad. Encerrados en casa. Arresto domiciliario.

Hace algunos años, bastantes ya, hice un voluntariado en la cárcel. No suelo explicarlo muy a menudo, aunque aparece en mi currículum en el apartado “otros aspectos de interés”.

Estos días de encierro domiciliario aquella vivencia vuelve a aparecer con fuerza en mi memoria.

Durante un curso escolar estuve acudiendo todos los sábados a una cárcel catalana. Estaba estudiando Derecho y como muchos compañeros de universidad, no tenía claro a qué dedicarme. Así que me pareció interesante dar clases a presos que estaban estudiando para sacarse el graduado escolar. Como forma de conocer y aprender.

Sabía que no me iba a resultar difícil dar clases de primaria y sabía también que iba a aprender mucho más de ellos que ellos de mí. Al fin y al cabo, mi presencia allí era aire fresco y contacto con el exterior, con una libertad perdida. Eso tenía más valor que mis posibles explicaciones sobre la oración compuesta. Y yo, no tenía ni idea de donde me estaba metiendo.

Mi primer voluntariado

Fue el primer voluntariado de muchos que he hecho a lo largo de mi vida.

Primero estábamos en el aula de teatro. Pasábamos un rato conversando con los reclusos y después entraba en los módulos para dar clases en un aula.

Fue una experiencia muy intensa y tengo que decirlo, me afectó mucho emocionalmente. De hecho, tuve que dejarlo. Entre otras cosas porque no podía soportar la sensación de privación de libertad. Y solo estaba allí los sábados. No volví el curso siguiente.

Era una cárcel bastante nueva, no tenía el aspecto tétrico de otras que he visitado durante mis prácticas de la carrera de Derecho. Eso no quiere decir que no fuera una experiencia imponente. Presenciar la apertura de puertas para acceder a los diferentes espacios carcelarios imponía y mucho. Por muy bien pintado y cuidado que estuviera, los barrotes y las rejas son lo que son.

Entre dos de los edificios había una zona al aire libre, entre muros evidentemente.  Hacia el final de mi voluntariado empecé a sentir que me faltaba el aire cuando atravesaba aquel camino para cambiar de módulo. Era un cielo enjaulado, un cielo preso, encerrado.

Además, me di cuenta de que yo sobraba allí. ¿Qué estaba haciendo? ¿Observando a animales enjaulados como quién va a un zoo?

Por respeto a esas personas y a su dignidad, dejé de acudir. No necesitaban una estudiante que los observara como especímenes de laboratorio, necesitaban profesionales formados que trabajaran por su inclusión social y recuperación personal. No todo se puede hacer a través de un voluntariado. Ese fue mi mayor aprendizaje.

Estado de alarma

Y ahora estoy, esta vez en mi casa, en un espacio cerrado y con privación de libertad.

Dicen que estamos en estado de alarma. Que nuestros derechos fundamentales están restringidos, pero no suspendidos.

Pero sale el ejército a la calle… Es curioso que haya tanto personal militar y tan poco e insuficiente personal en los hospitales.

Personal y equipos militares. Pero no hay mascarillas ni EPI para todos y tienen que movilizar a estudiantes de medicina y personal jubilado.

En la práctica, estamos privados de libertad. Supuestamente han restringido nuestra libertad de movimiento. Yo digo que nos la han quitado, directamente, la libertad. Toda entera. Sin adjetivos.

Sobre todo, a los niños y niñas. Ellos si que están en situación de privación de libertad.

Privación de libertad, privación de libertad, privación de libertad…

Me resuenan las palabras en la mente. Mis piernas están entumecidas. Los días se suceden sentada en el ordenador, sentada en la mesa de la cocina, sentada en el sofá…

No me sirven ni me suplen la falta de movimientos ni los directos de Instagram ni los videos de you tube, ni nada de nada. Nada suple estar encerrados entre cuatro paredes sin poder movernos.

Todo sucede en el mismo espacio. No hay posibilidad de separar, ni marcar las distancias.

Por supuesto, me levanto cada día a la misma hora, me ducho, me visto y desayuno. Trato de mantener una rutina saludable.

Trabajo y mantengo contacto con mis compañeros a través de videollamadas. Después comemos y por la tarde vuelvo a sentarme en el mismo sitio a estudiar para la universidad.

A media tarde algunos días lo dejo y me pongo a hacer yoga o zumba con mi hija en el comedor.

Otras veces preparo actividades para LactaMater. Hacemos reuniones on line. Nuestras juntas ahora mismo son sobre todo de desahogo.

Hacemos videollamadas para hablar con familia y amigos. Café virtual con mis amigos blogueros de Madresfera.

Jugamos a juegos de mesa con los niños, vemos películas juntos, conversamos, reímos, lloramos y nos enfadamos.

El piso está más limpio que nunca, la terraza no tanto. Es terreno libre para jugar, desmontar y construir.

Hasta he ordenado armarios que me da igual que estén ordenados o desordenados.

Muchas cosas… pero ninguna de forma libre.

Todas estas actividades no me sirven de mucho. Sigo estando privada de libertad.

Las consecuencias del aislamiento para las personas adultas…

Hay una frase que suele repetir la gente sobre la vida en la cárcel. Que si tienen tele, que si les hacen la cama y les cocinan cada día, que si encima trabajan y les pagan…

Como si estar en una cárcel fuese lo mismo que estar de vacaciones en un resort con todo incluido.

Tal vez ahora se lo miren de otra manera. Estar en una cárcel, estar en situación de privación de libertad, en confinamiento, no es estar de vacaciones.

Uno de los mayores problemas después del encarcelamiento es la recuperación de las redes sociales de apoyo y de un puesto de trabajo.

¿Habéis visto las estadísticas de los ERTOS? Pues eso. Cierto es que si estás en situación de ERTO la empresa está obligada a contratarte una vez acabe la situación de fuerza mayor. ¿Cuántas empresas se van a quedar por el camino sin poder reemprender actividad económica después de todo esto? La incertidumbre nos rodea y lo invade todo.

Los efectos psicológicos del confinamiento existen y son reales y tangibles.

El aislamiento aumenta el riesgo de suicidio, cambia la estructura neuronal, deteriora emocionalmente a la persona, incrementa la mortalidad… en adultos.

Y la infancia…

¿Y en los niños? ¿Tan poca consideración les tenemos que pensamos que no van a tener consecuencias?

Las habrá. En aquellas familias en las que exista soporte, recursos y habilidades, con tiempo y amor, seguramente, el periodo de confinamiento no será más que un recuerdo amargo.

En las que no tengan recursos ni apoyos las consecuencias, que son muchas, van a existir, no sabemos de qué manera ni en qué medida, pero existirán consecuencias negativas.

Quienes piensan que a los niños no les pasa nada por estar confinados en casa, son los mismos que piensan que la solución a la conciliación son las “guarderías” gratuitas.

Los niños no son “tamagochis”, necesitan algo más que higiene y alimentación para sobrevivir.

Parece que el dia 27 la infancia podrá volver a salir a la calle. No queda claro cómo ni cuánto. Los bulos campan a sus anchas y resulta difícil discernir cuánta de verdad hay en según qué informaciones.

La infancia está presa, en aislamiento penitenciario. Veremos qué permiso de salida nos conceden.

Y veremos de qué forma conseguimos recuperar la salud mental de nuestra infancia.

Algunas Referencias

Holt-Lunstad, J., Smith, T. B., Baker, M., Harris, T., & Stephenson, D. (2015). Loneliness and Social Isolation as Risk Factors for Mortality: A Meta-Analytic Review. Perspectives on Psychological Science10(2), 227–237. https://doi.org/10.1177/1745691614568352

Moreno Izquierdo, Aránzazu. (2018). Estudio sobre el impacto del aislamiento terapeútico en el autocuidado: una aproximación desde la teoría Orem. Ene, 12(3), 1238. Recuperado en 19 de abril de 2020, de http://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1988-348X2018000300008&lng=es&tlng=e

2 respuestas a «Diario de una pandemia II: privación de libertad»

  1. Avatar de F e r m i n Romero de Torres

    Te leo y te encuentro mal.
    10 años quizá más atrás tenía que ir a la cárcel a recoger máquinas eléctricas de escribir para mantenimiento y reparación. El primer día hubo risas del jefe hijo y alguna menos de su padre, acompañadas de diversos comentarios que, para qué negarlo, no entendía. Los demás días siguieron insistiendo en sus … no sé cómo nombrar.

    Empecé por las máquinas de las oficinas. Se escuchan todo tipo de comentarios. No entiendo cómo hacen esos comentarios delante de cualquiera. Yo procuraba no existir mientras limpiaba sus máquinas. Supongo que se pierde sensibilidad entre presidiarios viendo y haciendo de tripas corazón día tras día.

    Las sensaciones que describes fueron las mismas que tuve yo. Dejar a la entrada el DNI, el teléfono. El guardia civil aburrido que te espera para ver el interior de mi furgoneta. Esperar que se abra la compuerta primera a paso de gusano y luego aguardar a que se cierre. Esperar en medio mientras se abre la delantera. Y otra vez lo mismo con la siguiente. Pasar sobre una zanja para ver debajo del vehículo. Explicarles lo que vas a hacer. A todos, y ya no sé ni lo que digo.

    Otra compuerta, esta abierta, da paso al patio. No es muy amplio. Un preso por aquí, otro sentado por allí. Me siento como un cervatillo queriendo ser amigo del leopardo. Mil neuras y prejuicios me dicen que mi carne es muy blanda y estoy rodeado de dientes. Trato de mantener la calma. Me obliga el encargado a recibir la ayuda de algunos reclusos que están deseando hacer algo. En un momento dado le pregunto:
    -¿Para qué queréis arreglar máquinas de escribir, si ya no se usan?
    -Para que aprendan a escribir a máquina, se entretienen.
    -¿No sería mejor enseñarles con ordenadores?
    -Máquinas de escribir. Es lo más sencillo.
    -Ah. – No me sirve la respuesta, pero no insisto.

    Para salir de allí, han de ver que nadie se ha escondido dentro ni bajo el vehículo, donde es imposible que quepa nadie, pero todos hacemos lo que nos mandan como borregos. Otra vez el baile de cerrojos.

    Los kilómetros me parecían distancias estelares. Las lágrimas salían por la presión intracraneal. El pecho se me hundía por momentos. No sabía qué me sucedía. Solo deseaba morir. Aceleré la furgoneta hasta hacerla rugir en límites peligrosos. Tratando de sentir miedo o algo diferente. Habían pasado solo unos días desde que vi un documental que había preferido no ver 8 años atrás. Uno sobre abusos sexuales en la infancia.

    Busqué ayuda psicológica. No fue la mejor del mundo … pero me ayudó. A poder dormir, a expresarlo, etc.

    Ahora estás en camino para ser psicóloga. Oficialmente. No sé cómo podrás asimilar las situaciones que debas enfrentar para separarlas del cálido palpitar de tu corazón. Solo te deseo todo el conocimiento, el mejor saber hacer y la mayor suerte del mundo.

    1. Avatar de lactandoendiverso

      Pues si. Estoy mal. Estamos encerrados en casa y si, mil y una actividades on line para lo que quieras, pero eso es solo un dulce para tragar que estamos encerrados. Es necesario dada la situación actual y lo tendremos que pasar, pero eso no quita, a su vez, que estems encerrados. En situación de privación de libertad. Me duelen los mensajes del «todo irá bien» y aquello de que «los niños se adaptan a todo y no pasa nada». Me duele el paternalismo que nos considera a todos bobos sin responsabilidad ni capacidad para cumplir con lo que se nos pide. Me duele porque negar las consecuencias psicológicas que tendrá para toda una generación haber vivido este encierro, es negar la posibilidad de reconocimiento de sus necesidades y sufrimiento. Sobretodo los niños. Fíjate si estoy mal que tengo muy en mente aquellas sensaciones oscuras y dolorosas que provoca estar en la cárcel. Cientos de personas, entre funcionarios y reclusos obligados a convivir en ese ambiente. Hacinados. Como los abuelos en las residencias. Hacinados. Como muchas familias en 30 metros cuadrados. Hacinados. Pero no pasa nada. Pero todo irá bien…eso dicen.

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