Coronavirus: Diario de una pandemia (I)

El coronavirus ha llegado a ponernos a todos delante del espejo, a mostrarnos todas nuestras miserias. La miseria de un sistema económico y social lleno de desigualdades e injusticias, de brechas entre ricos y pobres, que no ha hecho más que acentuarse con la crisis del coronavirus.

Crónica de un encierro

Las primeras noticias

Hacía meses que oíamos hablar del coronavirus. Parecía una amenaza lejana y estrambótica. Algo que no era para tanto. Una gripe. ¡No hay que preocuparse!

Poco a poco se fue acercando, cada vez a una distancia más corta, hasta que llegaron los primeros casos en Madrid. Confinamiento en Madrid con un seguimiento desigual: gente cogiendo el coche, saliendo a pasear, a dar una vuelta. En Igualada un brote importante obliga a cerrar la población.

La cosa empezaba a poderse seria. Se hablaba de cerrar escuelas. Empezábamos a barajar la posibilidad, remota, del teletrabajo, no va a pasar, pero por si acaso, por si nos confinan, habrá que plantearselo.

La semana previa

Fue una semana de infarto. Se sucedían los comunicados sin parar. Lo que enviabas hoy a los trabajadores, estaba desactualizado en cuestión de apenas unas horas.

Igualada. Un brote en el hospital. Se decide una medida drástica. Nadie puede entrar ni salir de Igualada. Empiezas a pensar que esto se pone serio. Las imágenes en televisión, las colas en las carreteras, indicaban que tal vez la amenaza del coronavirus era más importante de lo que creíamos al principio.

El jueves, después de trabajar hasta tarde, decido (en aquel momento era opcional) acudir al día siguiente a trabajar para recoger papeles y empezar teletrabajo la semana siguiente. Acordamos con dirección que haríamos una reunión de planificación ese viernes, en previsión de que hubiera personal en teletrabajo y personal en oficina. Del jueves al viernes recibimos la indicación de confinarnos en casa por parte del gobierno catalán. Ya no es una opción.

Teletrabajo en casa

Confinamiento de toda Cataluña. Damos indicaciones de hacer teletrabajo a toda la plantilla. La Generalitat cierra servicios. Van cayendo lentamente, un servicio detrás de otro.

Ese viernes fue un día triste. Nos reunimos ya con la sensación de peligro en el cuerpo. Nos empezábamos a sentar a distancia los unos de los otros. Cargué todas mis carpetas y nos marchamos. La sensación de bajar la persiana sin saber cuando volvería otra vez a levantarla me entristecía. La preocupación por poder hacer mi trabajo en casa, con dos niños y sin poder salir a la calle, me abrumaba.

Decreto de estado de alarma

Por la tarde fui a ver a mis padres, sabiendo que no podría volver a verlos en persona durante un tiempo indeterminado. Fui a decirles que se quedaran en casa y no salieran.

Mi padre, desde que tuvo un ictus, no razona de la misma manera. Es torpe moviendose y se comporta muchas veces como un niño grande. Fui a verle para hablar con él cara a cara y decirle que era imprescindible que no saliera a la calle. Que el gobierno nos obligaba a quedarnos en casa para no contagiarnos. Que si salía a la calle y se caía o se hacía daño, no le podrían atender. En cierta manera, pensé que le estaba mintiendo, que estaba exagerando para que se quedara en casa. A las pocas horas pude comprobar que no me equivocaba.

Con todo, con la incertidumbre, pero también con la falsa esperanza de que no iba a ser para tanto, una vocecilla interior aún nos decía que podíamos salir un poco a airearnos. El sábado cogimos los patinetes y salimos por la tarde un rato con los niños. Fue la última vez que pisamos la calle mis hijos y yo. A partir de entonces, solo salía mi marido.

Llegó el estado de alarma. Segunda vez en democracia en el que se decretaba el estado de alarma. La primera vez fue un pulso de los controladores contra el gobierno. La segunda es un pulso del Covid-19 contra todo nuestro sistema económico, social y sanitario.

Cese de actividades

Colonias escolares, escuelas, extraescolares, equipamientos municipales, CDIAP, CSMIJ, CSMA, servicios de rehabilitación, centros de día, clubs sociales y un largo etcétera.

Salud, servicios sociales y educación, cerrados. Los tres pilares del estado del bienestar cesados.

Vulnerabilidad y desigualdades

El cierre de servicios deja a la población más vulnerable absolutamente sola. Las llamadas telefónicas, las videoconferencias y los directos de instagram no pueden suplir la falta de atención a personas que antes del coronavirus no tenían acceso a herramientas digitales.

Las violencias se incrementan, los abusos se multiplican. Veremos cuáles son las consecuencias a largo plazo de todo esto. Veremos en qué quedan las estadísticas de la violencia de género y el abuso infantil durante el confinamiento.

La brecha digital y las desigualdades sociales y económicas se acentúan con el coronavirus. La infravaloración de los cuidados se le ha aparecido delante de los ojos a más de uno como si nunca los hubieramos visto.

Quién tiene un balcón tiene un tesoro. Quién puede teletrabajar es un privilegiado.

Estas dos semanas de confinamiento por el coronavirus básicamente nos hemos adaptado a la nueva situación. Por la mañana, teletrabajamos. Después de comer, estudio y mi marido sigue teletrabajando. Después, si hace bueno, salimos a la terraza, jugamos, hacemos algo de ejercicio, cenar y a dormir.

Teletrabajando en casa y con los niños. No todo el mundo puede teletrabajar, ¿qué haces con los niños entonces? ¿Los dejas con los abuelos sabiendo el peligro de contagio?

Me siento, en cierta manera, afortunada. Puedo teletrabajar, mi marido también y tenemos una terraza.

De repente tener terraza o balcón es un elemento de clase. De repente, poder teletrabajar es un privilegio.

Salir a la calle

Colectivos especialmente vulnerables al confinamiento como personas con autismo y otras discapacidades sufren un encierro obligatorio sin comprender el porqué.

Desde las asociaciones y federaciones del movimiento social del autismo se consigue modificar el decreto de estado de alarma para permitir, bajo determinadas condiciones, la salida contralada.

Todas nuestras verguenzas al descubierto ante la aparición de los polícias de balcón.

Nosotros somos un caso curioso, o tal vez no tanto. El mayor, prefiere quedarse en casa. Ya le está bien no salir. Es autista.

La pequeña es puro nervio y disfruta saliendo a la calle y participando en mil actividades.

#PrincessLeia está muy enfadada. Su madre, su padre y su hermano toda la mañana en el ordenador. No podemos estar por ella. A ratos, nos levantamos y estamos con ella, pero estamos trabajando. Su hermano hace tareas escolares con el ordenador y se entretiene con el ordenador.

Ella no puede salir, lo necesite o no. Él, podría salir si lo necesitara.

Escuela on line

Para rizar más el rizo, a partir de la vuelta de semana santa, los niños harán escuela on line. Esta semana ya hemos empezado con los previos a este paso. Videoconferencias, instalar aplicaciones, etc.

Pues va a ser que no. Posibilidades digitales tenemos. Pero disponibilidad no. Si tengo que estar revisando nominas, preparando documentación para los trabajadores, manteniendo como puedo procesos de selección, etc, como voy a poder estar por ayudar a mi hija en una clase on line.

Curiosamente, la forma de ser de #PequeñoThor, su obsesión e interés restringido con el ordenador, le va a resultar una ventaja a la hora de seguir las clases.

Esa conducta tantas veces recriminada, ahora es una ventaja. Curioso, ¿verdad?

Ella necesita relacionarse y jugar. Se aburre. Cada día hacemos un esfuerzo por proporcionarle actividades, pero el día es muy largo cuando estás encerrado en casa sin poder salir.

Nos esperan dos semanas más de encierro. El decreto de estado de alarma se mantiene hasta el día 26 de abril.

Seguimos…

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